Hace unos días, en una mesa de borrachos, escritores y filósofos borrachos para ser exactos, nadie habló del Bicentenario. Por el contrario, la línea narrativa de fondo era “¿cuándo valdrá madres este pinche país?”.
Y es que las sobremesas giran alrededor de la decadencia de la política mexicana y la violencia generada por “la guerra del narco” pese a que el gobierno mexicano y los medios de comunicación están empecinados en festejar esos 100 y 200 años de nuestras guerras civiles. Pareciera que ese espíritu inflamado del que hablan sólo existiera en las cortinillas de las televisoras; que fuera parte de esa artificialidad que nos imponen: “seamos felices y seamos México, mexicanos”, sin importar que millones de pesos sean derrochados en una celebración falaz, vacía y pobre.
Y digo que sin importar, porque como sea, este 15 de septiembre (¿porqué el 15, si fue el 16?) millones gritarán “Viva México” y otros millones completarán “hijos de su pinche madre” en un intento de reafirmarse como… ¿Cómo qué? ¿Cómo perros amaestrados?
En ocasiones, las víctimas del Síndrome de Estocolmo pueden acabar ayudando o justificando a sus agresores, bien como nexo consciente y voluntario por parte de la víctima para obtener cierto dominio de la situación o algunos beneficios de sus agresores, o bien como un mecanismo inconsciente que ayuda a la persona a negar y no sentir la amenaza de la situación o la agresión de los mismos. ¿De eso sufrimos los mexicanos? ¿Vitorear al gobierno de Calderón, de Zeferino o de Añorve luego de las patadas que dan?
Hay muchos mexicanos que sienten una especie de gratitud consciente hacia estos personajes y hasta asumen, inconscientemente, una notable identificación en las actitudes, comportamientos o modos de pensar de ellos, casi como si fueran suyos. ¿Saludar al PRI que nos lavó el cerebro por más de 70 años y abrir los brazos nuevamente? ¿Sonreír a los mochos del PAN, o los bipolares del PRD?
Además, para que se pueda desarrollar el Síndrome de Estocolmo los expertos del tema aseguran que es necesario que el afectado no se sienta agredido, violentado ni maltratado. ¿Gracias Televisa, gracias Tv Azteca?
Dice el escritor Heriberto Yepez respecto al grito:
…El g/rito tiene tres funciones: simular festejo; descargar sufrimiento y darnos seguridad elogiando un estado de no-cambio cultural.
…Observado dentro de su ciclo mítico, el grito es una etapa de traba, en que la identidad histórica (cambiante) mexicana es un obstáculo para obtener libertad.
…El mexicano se ha identificado con la traba. Para aminorar el dolor, la convierte en orgullo. “México” como escudo de fijeza.
El agrega que somos una cultura sin voluntad masiva de actualización. Yo digo, somos una masa sin cultura a la que le da güeva la actualización. Por lo tanto, a pesar del disgusto que causa la fijeza arriba mencionada, la inercia identitaria alaba al ego. Para mantener esa identidad anacrónica fantaseamos que podemos permanecer los mismos. “En México nada va a cambiar”, queja y, a la vez, alivio, deseo. ¿Viva México?
Ayer volví a la cantina. Otras miradas, otros mundos. Negar nuestras decadencias personales sería otro signo de debilidad, de ceguera. Sobrio, me percaté de que la lucha contra la autoaniquilación es atroz: basta ver la larga hilera de fracasos a nuestro alrededor para dar fe. En cierto momento de nuestra existencia, la libramos o caemos. Al final, si este país se está cayendo a pedazos es porque cada vida pareciera que se derrumba, que vivimos en el filo de la navaja.
En fin, que los escritores, por suerte, relataremos los hechos (deberemos de), mientras libramos la misma batalla vital. Eso sí, la mentira no debería perdonarse: “Orgullo que se comparte / De México a todas partes / El alma vuela y revuela / En la gran celebración”. Pinche Aleks Syntek y la pretenciosa fusión musical que intentó. Contagiado por la propaganda celebratoria, su champurrado sabe amargo, pero ese efecto no tiene doblez: refleja nuestro complicado presente colectivo.
Ya nomás por jorobar:
Porfirio Díaz, anticipó los festejos diez años y entre sus obras conmemorativas están: el Hemiciclo a Juárez, la Alameda Central, el Ángel de la Independencia y la Universidad Nacional de México.
Se masificaron los baños y los lavaderos públicos, las bibliotecas, las calzadas y caminos, las obras de drenaje y saneamiento, escuelas, hospitales, telégrafos y teléfonos, mercados, parques, teatros, quioscos.
Por primera vez se comunicaron a todas las regiones del país a través del ferrocarril y la industria se desarrolló en áreas antes inexploradas como la agricultura encaminada a la exportación.
¿Sr. Calderón, sr. Torreblanca, sr. Añorve, cuál es su aportación a estos festejos? ¿Obras conmemorativas inconclusas y carítsimas? ¿Una economía dependiente del intercambio con un solo socio, una industria petrolera a la baja, pérdida de captación de capital extranjero y dependencia a las remesas? ¿Cuál grito de independencia si hasta para comer dependemos de otros para importar maíz?
Hubo una diferencia esencial entre la conmemoración centenaria de 1910 y la que celebramos en estas fechas. Que la de don Porfirio Díaz fue de tal magnitud que ocultó rebien la inconfirmidad existente, mientras que la actual no alcanza siquiera para eso. Pero no me hagan, caso, ustedes celebren, beban que después de todo la fiesta ya la pagaron nuestros impuestos….
Sobre los festejos del Centenario, el general Porfirio Díaz dijo: "El primer Centenario debe denotar el mayor avance del país con la realización de obras de positiva utilidad pública".