28 sept 2011

Séptima carta a los colosienses

NOTA: La Séptima carta a los colosienses es una de nueve que fueron encontradas en los papeles personales del autor mientras estuvo recluido en el psiquiátrico de Cholula antes de ser desahuciado.

Forzar la realidad. Falsearla. Ver lo extraño y el extrañamiento. Agarrar por las nalgas los dichos de las abuelas. Hablar mal de la familia, los amigos, los enemigos, las parejas y las ex parejas escudándose en el narrador omnisciente. Matar el aburrimiento, echar mierda contra Octavio Paz o contra Revueltas, sin que se den cuenta de que se está hablando de ellos (claro, están muertos). Muchas de ellas, excusas para escribir.            
Sin embargo, escribir no es fácil. Pero el resultado es estupendo. Lo he probado y saboreado.
           Recalco, no es fácil, pero lo he aprendido a hacer durante mi paso por cursos y talleres literarios, esos microcosmos del gran público lector (críticos incluidos), donde uno aprende eso, a ponerse a escribir y formar el carácter, si aún se está en edad de que esto suceda. Porque estos lugares enseñan el equilibrio entre humildad y seguridad en uno mismo antes de publicar y volverse “Alguien” en el mundillo de las letras.
En esos lugares me han dado las herramientas para revolver veinte palabras de sencilla pronunciación y ocho conectores de dócil manejo con saliva tibia. He aprendido a dejarlas a fuego lento mientras se lee (todos, copia en mano) algo de nuestro trabajo. A esparcir la dosis de admiración producida por ese algo, ya sea cuento, poema o ensayo, en el ambiente humedecido por una cómplice sonrisa juvenil y por la mala leche del más escéptico del grupo. He aprendido a mezclar todo con un número indeterminado de palabras frescas, sean frías o recién sacaditas de un diccionario. A aderezar la mezcla con experiencias personales, programas de televisión, olores de la calle o las voces de los compañeros. A aprender a echar al gusto unas cuantas burlas a los profesores y, si hay a la mano, un polvito de nostalgia.
Además, es duro decirlo pero es cierto, también se aprende lo que no: hay quienes no sirven para escribir literatura. Pero, aunque sean abogados, genios de la moda, arquitectos, mahometanos, universitarios de pésima ortografía y de gran elucubración, hay que darse cuenta de que la literatura sirve para todo, y hay que luchar contra la corriente para descubrir lo que todos andamos buscando: la magia de las palabras. La salvación.
Las palabras de “Rayuela” salvaron a una muchacha de diecinueve años del suicidio después de terminar con su novio, y un ama de casa neoyorquina desistió de cortarse las venas porque en lugar de agarrar el cuchillo se dejó caer de canto “En mi flor me he escondido”, el libro de Emily Dickinson. En mí, “El mito de Sísifo” de Albert Camus, tuvo el mismo efecto. Luego entonces, no importa entonces si son escritas o leídas pues, como diría Saramago, las palabras son piedras puestas atravesando la corriente de un río. Si están allí es para que podamos llegar al otro margen, el otro margen es lo que importa. Y digo yo, la lectura, amar la lectura, es catafixear horas-mierda por horas de una inexplicable pero deliciosa compañía. Esto es. La magia de las palabras. La salvación.
Ahora. Una vez que se cruzó la frontera lecto-escritora y se escribe porque se lee, porque se quiere parecer uno a Faulkner, Carver o Arreola, o porque se está enamorado de la capacidad de las palabras para decir la verdad, seamos honestos y digamos: escribimos sobre todo porque no sabemos escribir pero en un taller podemos aprender…
Taller de Eduardo Antonio Parra (México, D.F. 2011)

6 sept 2011

Segunda carta a los colosienses

NOTA: La Segunda carta a los colosienses es una de nueve que fueron encontradas en los papeles personales del autor mientras estuvo recluido en el psiquiátrico de Cholula antes de ser desahuciado.

Soy hablador, lo admito, pero cuando estoy nervioso no abro la boca, me quedo quieto, siento unos ridículos deseos de pasear por los pasillos, la sala, en chanclas y pijama, saltando de vez en vez a otros internos que, acostados en el piso, ven la televisión. Si bien el hospital es de categoría, y tiene grandes jardines y hasta un elevador (aunque yo no lo uso), no tiene suficientes butacas, sillones, sofás o poltronas para que veamos la televisión. Por eso, entrada la noche, me da por recorrer los mismos lugares y aprovechar el silencio, la calma, y que todos duermen para hacerme de la caja idiota para idiotizarme yo solo hasta dormirme, por lo que muchos de los empleados no me aman. No obstante, luego de haber arreglado esa situación con unos cuantos billetazos en las manos correctas, obtuve el permiso tácito de hacer lo que quiera a la hora que quiera.
Era pasada la media noche. Había cenado un gran filete con una garrafa de tinto. El canal, el Veintidós o el Once, no recuerdo. Era un grupo de escritores que conozco, que he leído, opinado mientras yo luchaba contra el peso de los párpados, cuando sonó un teléfono. Oí que alguien respondía. Una voz que me era familiar, cercana, que decía:
Algo hay de vulgar en la difusión pública de opiniones de los escritores sobre asuntos de los que no tienen un amplio conocimiento directo. Si hablan de lo que no conocen, o conocen apresuradamente, se trata del mero tráfico de opiniones… Sí, acá hay uno, por eso lo digo. Le da por pasearse en chanclas y pijama, y ve la televisión por las noches… En una de esas y hasta nos está oyendo…”.
Le bajé el volumen a la televisión. Escuché entonces un refunfuño confuso, como los míos: “no”, respondió la voz, “no sé quién es… Y digo, el problema con las opiniones es que nos quedamos con ellas. Y cuando los escritores se desempeñan como escritores y no como opinadores siempre ven... más. Haya lo que haya, siempre hay algo más. Ocurra lo que ocurra, algo más siempre está ocurriendo, también…”.
Colgó ruidosamente, oí pasos que se acercaban, me concentré en la caja idiota e ignoré los ruidos de una puerta que se abría y luego se cerraba. No podía quedarme todo quieto, así que volteé lentamente. Ante mí, una oscuridad y un silencio que sólo me permitió barajar algunas posibilidades: 1) Volver a mi cuarto y acostarme a dormir con el coraje. 2) Idem, con una variante. Esto es, acusando a la persona que de mí habló a mis espaldas. 3) Olvidar el asunto y seguir viendo televisión. 4)… la cuarta se esforzaba por formarse en mi cabeza cuando se escuchó de nuevo el mismo teléfono. La voz era muy baja, no entendía yo palabras. Paré la oreja y entonces distinguí algo: “los escritores serios, los creadores de literatura, no sólo deberían expresarse de modo distinto al discurso hegemónico de los medios de difusión. Deberían oponerse a la monótona cantinela de los noticiarios y de los programas de entrevistas…”. Luego, el final de la llamada y unos pasos que se acercaban. De inmediato le subí el volumen a la televisión, mi corazón se revolvió. Era imposible que me quedara ahí sentado. Me dije: ¿por qué diablos no corro?  Y sí, mejor corrí. Y corrí sin darme cuenta que había perdido una chancla. Y tropecé. Y desde el piso di la vuelta hacia la oscuridad y todo nervioso, con la boca cerrada y quieto, escuché la voz que sonó en toda la habitación: “la primera tarea de un escritor no es tener opiniones, sino decir la verdad y negarse a ser cómplice de mentiras e información errónea, y cuando desperté, sólo estática había en la televisión.
(Agradecimientos a Susan, Alejandro, Ítalo y Eugenio)


No: He estado ahí, he hecho aquello.
Sino: Por esto, contra esto.






9 ago 2011

La historia de Nadie

A Geryno

Entre los argumentos más comunes para descalificar el trabajo de Alguien, en el remoto mundo de las redacciones de los periódicos, está el de acusarlo de ser un don Nadie.
Por una simpática razón, aquellos que utilizan este recurso están siempre seguros de ser Alguien, aunque jamás atinan a explicar dónde radica la diferencia entre Nadie y Alguien.
Aproveché mi estancia en Puebla, el acceso otorgado por el INBA, INAH y Conaculta a la Biblioteca Palafoxiana, y el permiso de mi doctor para abandonar mi lecho de muerte, y buscarle una explicación a esta vieja paradoja en aquellos textos antiguos, encontrando que: “Hoc autem verum est in omni veritate affirmativa universali aut singulari, neccesaria aut contingente, et in denominatione tam intrinseca quam extrinseca”.
            Y leído esto, pues me quedé perplejo. Sería mucho más tarde, que supe lo que leí, palabras más o menos: “El hombre es el único que no sólo es tal como se concibe, sino tal como él se quiere y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de ese impulso hacia la existencia”, concluyendo, semanas más tarde, ya de regreso a mi cama debido a mis múltiples y recurrentes enfermedades, que el hombre no es otra cosa que lo que él se hace.
            Esto no es nuevo, los Alguien de las redacciones siempre lo han sabido y por eso, supongo, se nombran Alguien, determinado que, fuera de ellos, los demás son Nadie. Esto es, crean el Ninguneo, que es aceptado también por otros círculos periodísticos y hasta literarios (Pregunten a los del Bar del Puerto o al grupo literario de Gustavo Martínez Castellanos).
Pero surge un problema: Hay un Nadie que trabajaba como subdirector de un periódico que resultó ser Alguien, al menos para mí, pues sus conocimientos sentaron las bases de mi actual oficio de escritor y mis consiguientes logros.
O sea, ¿se puede ser Nadie para un grupo pero Alguien para otro y a la inversa: Se es Alguien en un círculo y Nadie fuera de él? Entonces, aquellos que lo acusaban de ser Nadie no son nadie para acusarlo, resolviendo con una falsedad la tautología. ¡Versos!
            Desde luego es un tema que amerita pensar y analizar. No obstante, sabemos que los Alguien no pueden relacionarse con los Nadie. Ellos son Alguien y someten su existencia a la máquina perfecta de la endogamia: Únicamente se cruzan entre ellos, mezclan sus ideas y sus pulsiones, se echan porras en mutua correspondencia mostrando así que nadie más que ellos son Alguien. 
            Y sin más, sin ese Alguien para mí, ahora convertido en Nadie, que escribía infumables columnas “En esta esquina”, y con la casi desaparición del Diario 17, los Nadie venidos a Alguien tienen el camino abierto para convertir a Novedades Acapulco en el peor periódico de Guerrero.
(Basado en La verdadera historia de nadie, de Juan Domingo Argüelles)

24 jun 2011

Lecturas tristes…II

Persiste la tristeza. Ni la mejoría en mi salud ni el contacto con los míos la aleja. Toño sigue sin aparecer. A más de dos semanas, las cosas no cambiaron mucho…
Leí un fragmento de Bretch en una carta de Javier Sicilia: “Un día vinieron por los negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada; un día llegaron por mí (o por un hijo mío) y no tuve nada que decir”. ¿Conocerán estas líneas los directivos de Novedades? Ni una sola editorial de “En esta esquina”, que es la voz del periódico, ha sido dedicada a su jefe de información desaparecido. Sí, sí han publicado lo que ha salido en el día, pero parece que Toño López era un cualquiera y no parte del diario de la “familia guerrerense”.
Adriana Covarrubias es otro caso “especial”. Colaboradora de El Universal, presta y rápida envió su material sobre el socavón en la Costera. Sobre el caso de Toño he leído casi nada en ese diario de circulación nacional.
Lo mismo ocurre con corresponsales de Milenio, Cadena 3 y otros. Lo mismo, con quienes siguen sin sumarse a las manifestaciones organizadas por compañeros y amigos del periodista.
¿Guardar silencio, mantenerse al margen, no entorpecer las investigaciones, miedo? “El silencio no es protesta, es complicidad; es negarse al compromiso”.
            Por otro lado, una disculpa para quienes finalmente sí se sumaron al apoyo a Toño. Tienen todo el derecho de mandarme mucho a la fregada. Los otros, los mismos del siempre, los del bar del puerto, los del Vips de la Gran Plaza, los del Samborn’s del centro… Pobres idiotas.

***
         Sicilia lo dijo bien: “Les recuerdo la manera en que llegaron al poder y los compromisos que para lograrlo hicieron con facciones que a lo largo del tiempo se han ido corrompiendo y que sólo sirven a sus propios intereses…”. “… (Ustedes) son responsables de haber tratado el problema de la droga no como un asunto de salud pública, sino de seguridad nacional…”.
Calderón lo dijo bien: “Ha sido fundamentalmente la acción de los criminales, y no la del Estado, la que nos ha traído hasta aquí…”. “…Pasamos de un modelo de narcotráfico tradicional, que buscaba primordialmente llevar la droga a Estados Unidos, a un modelo de narcomenudeo en el que los delincuentes, además de llevar la droga al otro lado, buscan, también, colocar droga entre los jóvenes mexicanos.”.
           PERO NADIE DIJO sobre lo que nosotros como sociedad no hacemos: Los padres ya no educamos a nuestros hijos, los maestros ya no imparten clases y los medios de comunicación hacen lo imposible por robarle a la gente su juicio crítico.
            Así, a como van las cosas, la sociedad se encamina hacia la desconfianza, el deterioro de la credibilidad, la desesperanza, el miedo, dando al traste con lo expuesto por Humberto Eco en alguno de sus ensayos, no recuerdo cuál: Nada da más valor al miedo que el miedo de los demás… 

Por cierto, la foto de Sicilia y Calderón me da miedo...

10 jun 2011

Lecturas tristes I

Estoy triste. Me hubiera gustado empezar con algo así como: “Jesús lo dijo muy bien: Hago turismo hipocondríaco. Llegando a Puebla, y luego de casi 24 horas me quitaron la sonda del brazo. Las recomendaciones de siempre: cuide usted sus riñones y…”, pero mis males han pasado a segundo término.
He leído con tristeza dos cosas. La primera, sobre la desaparición forzada de un periodista: Toño López. A priori, parece un asunto del crimen organizado. Aquí a la distancia esperaba una reacción más efectiva de sus colegas. No la hubo. La mayoría, a la hora en que escribí esto, se encontraba bebiendo en el Bar del Puerto, en el Litri, o alguna otra cantina. Los más fresas, en algún café. Todos, platicando sobre si lo conocen o no. Todos, ignorando que cualquiera es susceptible al mismo evento.
La segunda cosa: Un tal Charlie Punketo escribió: Mi deseo para… Felipe Calderón Hinojosa, es que él, sus hijos, su esposa y todos sus familiares tengan una muerte violenta y terrible, como la que ha procurado a cientos de víctimas inocentes en su pinche guerra loca e idiota, que ha trastornado no sólo nuestras vidas, ahora hasta nuestros sueños.
En ambos casos, las actitudes no me sorprenden pero sí me entristecen.
Toño López fue mi compañero de trabajo por muchos años; realizamos algunos reportajes juntos y compartimos experiencias que a la fecha me han servido para esto que hago ahora. Saber que está desaparecido me hace sentir culpable. Adelante lo explicaré.
Al tal Charlie no lo conozco, pero es seguro que sus ideas están basadas en sus experiencias con su dealer o en pláticas de borrachos. A lo más, en la imagen de algún muertito por ahí. Eso sí, lo he visto. Su pinta dice: Soy distinto, pero su mente se empeña en lo contrario. Es igual a todos nosotros. Por ello también debería sentirse culpable.
Mucha gente se pregunta si va a parar este desmadre. La respuesta es: no. No por que Calderón no controla el consumo. Mientras Charlie y yo no dejemos de fumar mariguana o meternos un polvo a la nariz siempre habrá alguien que venda. Así de sencillo. Mientras los presuntos colegas de Toño se queden escondidos detrás de su cerveza o su café, siempre habrá impunidad.
Y me entristece.
Y me gustaría terminar diciendo que “ahora que voy al baño me asusta lo que vaya a pasar con mis riñones…”, pero me asusta más que gente como Pardo, Verdín, Trigo y damas que los acompañan, y que se dicen periodistas, sean más unidos cuando se trata de beber, drogarse o pedir “chayo”; me asusta que las televisoras y radio locales, Charlie y hasta el mismo Javier Sicilia, piensen que Calderón le apunta con una pistola a la gente para que se drogue, y me asusta aún mas que sean escuchados y aplaudidos; me asusta, que aunque he prometido no hacerlo, vuelva a consumir y sea culpable, tan culpable como los ya nombrados, de lo que le pase a Toño y mucha gente más.

OJO: Tú que me lees, es un hecho que sabes de alguien (o tú mismo) que se droga. Sabes, donde están las tienditas. Sabes, quiénes se dedican al narco. Luego entonces, tú también eres culpable. La ignorancia y el miedo no te eximen… 

24 may 2011

Acerca del destino


 Y Alejandro gritó: “¡vamos a enmendarle la plana al destino!”, con el aire de superioridad que sólo el alcohol puede dar. Acto seguido, se paró sin titubeos sobre la cornisa y se arrojó al vacío. Así. Sin más…
Ahora que estoy sobre la azotea de un edificio, soportando el aire y recordando aquellas líneas, aún me pregunto qué es el destino y presumo que éste aparece casi siempre entre nosotros para angustiarnos; aparece, como un poder sobrenatural que guía las vidas de cualquiera de forma necesaria y a menudo fatal, inevitable o ineludible.
Luego de que no se terminó el mundo este fin de semana, me río del influjo de las estrellas, los restos del café, los arcanos del Tarot, pero no olvido cuando una gitana me leyó las líneas de la mano precisamente en el DF hace ya muchos años. “Vivirás mucho, mucho pero…”. Y desde entonces nada más no veo la mía gracias a ese “Pero”.

* NI MODO. Aunque pocas veces me quejo de que parte de mis fracasos provienen del simple hecho de haber nacido pobre y en México, tengo que aceptar que esas circunstancias son decisivas. Las metas que me he impuesto se vuelven más lejanas y recorro un camino más empinado.
Sí, sé que se han visto mil escritores desdichados y sé que se ha dicho que su destino era fatal, pero aún no he entendido que el infortunio se prolonga en las almas débiles a las cuales la primera desdicha les quita el valor y la fuerza de prevenir la segunda. No obstante, y sin recurrir a Camus y “El mito de Sísifo”, aprendo que no hay destino que valga si uno no está dispuesto a probar una y otra vez, sus fuerzas. En vía de mientras y mientras asimilo lo anterior, sólo puedo repetir el mexicanísimo: “Ni modo” (que no es otra cosa que la derrota de la voluntad ante el destino…¡Polp!)

*11:11. El parecido y la coincidencia nos había convencido que habíamos nacido el uno para el otro. Números perfectos, lo supe recién. Por la mañana o por la noche, en un café o en la oficina, nuestras miradas se cruzaban exactamente a esa hora.
            “Él supo que ella era la chica cien por ciento perfecta para él, ella supo que él era el chico cien por ciento perfecto para ella”, dice Haruki Murakami en su cuento: Acerca de mi encuentro con la chica cien por ciento perfecta una bella mañana de abril. 
            Sin embargo, como en el cuento, “el fulgor en sus corazones brillaba muy débilmente y sus pensamientos no eran tan claros... Se cruzaron sin decir palabra y desaparecieron en la multitud, cada uno por su lado. Para siempre”. Las últimas frases que recuerdo son: Nos parecemos. Sólo lo necesario. ¿Y si nos parecemos más? Pues nos desaparecemos…

*ALEJANDRO. Alejandro no murió como narré que murió (y me hubiera gustado que fuera así porque me hubiera dado una lección). Pareciera que él se dio cuenta antes de los quince años de la inutilidad de tratar un destino inexorable que se ha predicho correctamente. Como en las tragedias griegas, en que el personaje principal o héroe se levanta contra los dioses o contra la sociedad incurriendo en un defecto de carácter o pasión, agarró un frasco de veneno y fue castigado con el fin habitual de toda tragedia: la muerte.
Y digo, pareciera porque cada que recuerdo a Alejandro, alias“Chupadedo”, no dejo de imaginarlo de mi edad, entre nosotros, conmigo, como agente de su propio destino, capaz de determinar su futuro y con el poder de elegir realmente cuando triunfa, cuando fracasa.

En fin, que no hay destino que no pueda elegirse cuando uno no está dispuesto a “quemar las naves”. Yo una vez no me atreví y pagué las consecuencias dando tumbos en una vida que no me gusta, y este frío de la chingada me hace ver por el momento un lado de la moneda: el hombre sólo puede escoger cómo se comportará cuando el destino llame a su puerta, con la esperanza de que tendrá el valor de abrirla cuando llegue...

18 may 2011

Una lástima...

Seguro les ha pasado. Yo nunca lo hubiera creído. Pero Ella, al enterarse, de inmediato tomó su cámara y empezó a seguirme. Ya tenía experiencia en casos extraños, paranormales y anormales. En una ocasión, una bandada de ángeles se dedicó a chingarle la madre. No pudo atrapar a ninguno, pero las evidencias ahí estaban: Polvo de ángel, plumas y el desmadre en que convirtió su vida.
            Y no soy vanidoso pues, “la vanidad es lo de hoy y ayuda a existir a quien, en esencia, no es nadie”, como me dijeron hace unos días. Sin embargo, desde el momento en que me pasó lo que me pasó he puesto más atención al detalle.  Y Ella me ayudó.
            -Este es como “mustio” -me dijo al ver la primera fotografía. -Este es como de “no sé nada”, este otro es como de “yo no fui”, este es más de “yo no quiero” y este otro es de “tarugo”…
            Ninguno era el que hacía falta y conforme pasaron las horas, me empecé a angustiar. Ella, con una serenidad ejemplar, me daba ánimos para continuar con mis cosas, mi rutina, mi vida.
            -Tengo miedo de perderlo… -le comenté con tristeza una mañana de domingo en que no me pudo acompañar.
            -Tú no te preocupes -me interrumpió. -Tarde que temprano ya aparecerá…
            Pero llegado el momento, sus palabras dejaron de tranquilizarme. Así que comencé a buscar. Primero en el baño. Lo más obvio. Después en el tocador de la recámara, en la puerta del closet y hasta en los vidrios de las ventanas. Nada. Habrían pasado unos cuantos días desde que desapareció y temía que también el de “amor extemporáneo”, que despertó en su momento la envidia de la gente, desapareciera.
            Fue al día siguiente, un lunes, cuando Ella y yo nos pusimos a trabajar en el asunto. Cámara en mano, de nuevo se dedicó a seguirme. ¡Click- Clic- Clic! Nada. ¡Click- Clic- Clic! Nada otra vez. Sin embargo, su perseverancia dio frutos: cuando comencé a rasurarme y voltear intempestivamente al espejo, casi casi lo conseguimos: Mi rostro, el verdadero, estaba ahí.
            Quizás la imagen no es muy buena, pero se puede apreciar que corresponde al rostro, mi rostro, que no tiene respuestas aprendidas, que no es fingido, que no es una máscara; es el rostro, mi rostro, que es real, que no está esculpido por las endorfinas ni tiene la mandíbula trabada por una sonrisa; es el rostro, mi rostro, tu rostro, de todos los que componen nuestra colección, que es auténtico. Y es una lástima que muchos lleguemos a perderlo y no lleguemos a conocerlo…   


8 may 2011

Sábato y su túnel; yo y mi elevador...

“Entraste al elevador y el silencio se hizo; tal pareciera que había dejado yo de respirar y el mundo de girar con tal de escuchar tus palabras que, como dagas, atravesaron mi corazón:
-Al 7 por favor...
¡Qué poca madre! luego de haberte buscado hasta debajo de las piedras, luego de tanto tiempo esperando a que aparecieras, luego de que... Y sólo 7 pisos me concedías...”.

Así termina un cuento mío que tardíamente recordé y que fue publicado en una página argentina, allá por el 2006 ó 2007, cuya historia subterránea (cosa que a muchos escritores de ahora nos vale un sorbete y sólo narramos anécdotas) planteaba que las ocasiones, como aquella cuando fui a dejar mi texto a la editorial y estuve a un lado de Ella, son la coincidencia de muchos factores sin un cálculo matemático posible; factores pequeños o grandes cuya suma arma nuestras vidas: cuando yo estoy, ella no está, y cuando ella esté, soy yo quien ya no estará. 

Muchos de nosotros nos resistimos a explicar o evaluar esos hechos por miedo a ser acusados de crédulos o supersticiosos, pero sentimos frecuentemente que son algo más que mera casualidad en cuanto parecen tener algún significado simbólico y dejan de ser fortuitos en lo que se refiere a los interesados, como yo, como ella, con su perfil que no me recordaba nada. O más bien, como diría Sábato en El túnel; “quizá la mirada, pero ¿hasta qué punto se puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?; quizá la manera de apretar la boca, pues, aunque la boca y los labios son elementos físicos, la manera de apretarlos y ciertas arrugas son también elementos espirituales. No pude precisar en aquel momento, ni tampoco podría precisarlo ahora…”.
El famoso psicólogo C. G. Jung, señala que ante una coincidencia significativa, podemos reaccionar de tres maneras: Podemos llamarla “una mera casualidad” y darle la espalda con la mente bien cerrada; podemos llamarla magia -o telepatía, o telekinesis-, lo que no es mucho más útil o informativo. O podemos postular la existencia de un principio de “acausalidad” y usar esa idea para investigar el fenómeno más a fondo.
            Lamentablemente, mientras me encontraba metido con ella en aquel ascensor, lado a lado, intercambiando miradas y esperando a que algo pasara, no pude recordar bien a Jung y tenía más en mente al negativo y existencialista de Sábato: “lo corriente, es que nadie tenga la obligación de hablar en el interior de un ascensor…”, con lo que me maté así nomás a mi propia María Iribarne, quedándome solo y aislado,  cerrándome la posibilidad de hablar con Ella y tener la ocasión, la única, de poder enfrentarme a un “tengo” y un “quiero”, para quedarme con un “tengo” y un “quise”. 
          ¡Qué poca madre!


9 abr 2011

Sufrir, amar, crecer...

A Jimena

Lo que se ve:
Renato está sentado. Con la espalda hacia atrás. Casi no se mueve. Golpea con los dedos la mesa. Voltea discretamente a su derecha. Luego, a su izquierda. Tuerce la boca. Saca de su mochila una coca de lata. Está tibia. Hace una mueca. Se encuentra en la primera mesa, lejos de la de Valeria, quien ríe y ríe con el muchacho a su lado. Pero Renato está ahí. Destapa la lata dejando escapar el gas. Y Renato ya no está ahí. Un trago sin dejar de ver a su izquierda. Cierra los ojos. La concentración total. La concentración de alguien que trata de olvidar a alguien. No puede. Ahí, en la orilla de un cuarto lleno de gente, sitiado por cuerpos, sudor y ruidos, él parece un faro que ilumina lo que pasa a su alrededor. Enfrente, derecha, atrás. Otro trago a su coca. Pero cuando mira a su izquierda, es obvio que el faro no ilumina, sino oscurece su entorno. Sólo existe lo que piensa Renato, lo demás permanece en la oscuridad. Es una cafetería escolar. Una secundaria. Un lugar donde él ha encontrado una esquina, un pliegue, un refugio. Un lugar discreto donde bebe una coca un muchacho que piensa en otra cosa.
   Cuando se levanta mete las manos a los bolsillos del pantalón y camina, en zigzag, hacia Valeria entre las mesas. El leve ruido de sus zapatos de charol. El salto súbito de su corazón. El sudor escurriendo de su frente.


Lo que no se ve:
   Renato piensa en Valeria. Una, dos, tres, cuatro ideas sobre cómo volver con ella. Piensa en esos ojos negros y grandes que ahora no sólo son un recuerdo o una nostalgia sino también, sino sobre todo, una pérdida. Algo propio. Piensa en su primera mirada, su primer beso, sus conversaciones telefónico-maratónicas. Piensa en el último momento. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué fue lo que NO pasó? Piensa en la imagen con la que le dijeron al mundo que estaban juntos. Esto es definitivo: ¿Cada quien por su lado? ¿Maldecir o suplicar? Renato desconoce las causas pero sabe los detalles. Y le da vueltas a las ideas para volver con Valeria. Una, dos, tres, cuatro. Así no sufre. Así se protege. Esto es un velo. Lo hace así mientras está sentado. Con la espalda hacia atrás en la mesa y, en lugar de beber de su coca, piensa. Recuerda. Enumera.
   Una, dos tres, cuatro ideas.
   ¿Para cuántas veces alcanzará eso que dicen que sienten? Eso se pregunta ahí, dentro de todo lo que no se ve, atrás de los párpados. Renato al levantarse sabe que Valeria no se detendrá cuando necesite clavar esos ojos; husmeará a su alrededor como una asesina y, a diferencia de una asesina, lo matará por segunda vez. Diferencia sutil. Recordarán sus vidas. Las volverán al revés y luego al derecho. ¿Hacer una escena? No. Ropa sucia. Renato sabe que al hablar con ella vendrán las preguntas difíciles, las respuestas a medias y de él tendrán que salir las ideas. Una, dos, tres, cuatro. Quiere protegerse de todo. Sobre todo de sí mismo. Quiere que ya muerto, el amor muera de verdad. Que descanse en paz. Eso quiere, y eso es lo que no puede pasar, piensa. Público y divino a un tiempo, el amor. Intacto. Así lo quiere Renato. No quiere descorrer el velo, necesita descorrer el velo. Una, dos, tres, cuatro ideas.

Lo que está escrito en una hoja suelta:

   Renato:
   Antes que nada, te quiero. Te escribo porque no he encontrado una mejor manera de acercarme a ti, ni otro camino que esta hoja, en la que te puedo decir las cosas sin que nos lastimemos. ¿Cómo impedir que lo que sentimos quede hundido en el piso de esta escuela? ¿Cómo impedir que te enojes, grites y desaparezcas al salir del salón? Aquí te vuelves un murmullo, uno que me permite decirte que yo voy a ti para cobrar la profundidad que me falta, eres esa raíz sin la que los días giran inútilmente por los pasillos. Pero mi propio hallazgo no me deja tranquila: pienso que no soy completamente yo, dudo que esta mano que escribe sea la mía y no acepto que esto que siento se extienda por estos renglones. Y es cierto, tampoco esta duda y esta inconformidad me pertenecen. Aquí nada se parece a nada aunque cada imagen sea mi imagen y cada sonrisa salga de ti. Aquí es donde te pido tiempo, aunque me duela prolongar tu mirada, o la ruta de un ademán que no quería decir más, cuando nos veamos, cuando no nos veamos.
Dame tiempo. Por favor, dame tiempo.
Valeria.

Lo que se oye:

     -¿Valeria, te molesta que me acerque? ¿Te incomoda?
-Este, no, para nada…

     -Sabes, te quiero…
-Yo también te quiero…
     -Pero yo más…
-Tú estás más dentro de mí que yo misma, Renato, pero…
     -¿Crees que tú y yo…?
-Estoy... Estoy con Víctor… Salgo ya con Víctor…


Lo que en realidad pasa:
Eso no lo puede saber este cuento.

10 mar 2011

Televisión a la mexicana (I)

Yo, como Gaucho Marx, encontraba la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la encendía, me retiraba a otra habitación y leía un libro. Solía ser un sujeto que cansado de ver Televisa o Tv Azteca recomendaba a mis conocidos tirar por la ventana al aparatito ese. En el mejor de los casos, usarlo como mesa de centro.
   No obstante, la televisión, pese a lo jodida que es en nuestro país, cumple una función: Entretener. Y, visto de otro modo, educar. Pero ¡ojo!, no de la manera directa; no podemos aprender a hablar como el “Vitor”, ni aprender a decir “te amo” como “Los Sánchez”. Tampoco podemos aprender a cocinar con los tips de “Venga la alegría” y menos aún, a luchar por nuestros derechos como la “señorita Laura” o “Niurka”.
   El maestro Gregorio Cervantes me comentaba, palabras más, palabras menos, que más bien se trataba de analizar los programas, sus contenidos y la respuesta de la población a ellos. Así pues, con una nueva óptica, me dispuse a ver los “premios Tv y Novelas” el sábado pasado y sorpresa que me llevé.

   En medio de porras y música, fueron entregados los premios que Televisa da a sus producciones; novelas, actrices y actores lucieron sus mejores trapos para recibir, supuestamente del público, el galardón que los convertiría en lo mejor de el año. Al final, cuando se entregó el premio al “mejor actor”, la gente, en su mayoría mujeres, reaccionó mal cuando el ganador resultó Fernando Colunga y no, Sebastián Rulli.
   Quienes estudiamos teatro, (sí, es verdad, estudié con Antonio Romero, alias “El Cuervo”, que ahora anda en la BUAP) no pasamos por alto estos eventos para hacer críticas destructivas a quienes salen en televisión y se hacen llamar actores y en este caso, si bien Colunga apenas puede armar oraciones largas y moverse con cierta soltura, el tal Rully es un verdadero idiota que por ser bonito se dice actor.

   ¿Y a dónde voy con esto? Pues bien. Al analizar lo anterior con mi nueva óptica, me di cuenta que algo parecido pasa con la gente, en su mayoría mujeres, en relación a Peña Nieto. ¿Sabemos en verdad si el tipo sabe gobernar? No, pero sabemos que se ve re-chulo de trajecito y peinado de “Jimmy Neutron” y que junto con la “Gaviota” se verían divinos saludándonos desde el balcón presidencial.

      Esto es, ¿qué lo que ahora necesitan las mexicanas es que se las chinguen un par de niños guapos y no los feos de siempre? Si la reacción es como la de los premios aquellos, la respuesta es Sí.

Ahora bien. Si por accidente Peña Nieto se raja la cara a la hora de rasurarse y queda igual o peor que el fantasma de la ópera ¿tendría el mismo pegue con la gente? ¿Y si Vásquez Mota se da una restiradita, se hace la “lipo” y se pone bubis nuevas, alcanzaría los niveles de popularidad del primero?
En fin, que como siempre somos nosotros mismos quienes escupimos para arriba, nos ensuciamos, y luego culpamos al de junto por dejarnos actuar…


**Un pecadillo. Ya entrado en detalles, me aventé, “Tv de Noche” y me percaté que no sólo los hijos le salieron guapos al señor Andrés García. Su hija, Andrea, ¡es un verdadero bombón!

1 feb 2011

Señales que precederán al fin del mundo

Sea por la madrugada o a mitad de la hora más oscura de la noche, el final y el principio de las cosas se nos revelan sin ilaciones, sin orden. Luego habrá que descorrer las sábanas, las cortinas, levantar la cabeza, mirar hacia la calle, vestirse para el trabajo y salir creyendo en algo, lo que sea, que evite que pensemos en que las cosas materiales se cansarán, el ánimo dejará de moverse y aparecerá el borde del mundo con un apagón antes del último paso hacia una nada que no dejará de ser porque no pueda decirse, pero que reemplazará a la palabra FIN.

A continuación, mis angustias de esta semana:

1. La vanidad es lo de hoy y ayuda a existir a quien, en esencia, no es nadie. La modestia, en cambio, es una redundancia: como el feo que va gritando a los cuatro vientos que es feo. (Paul , sigo insistiendo, tu novela es mejor que la de aquella chava…).

2. Siempre hay una mujer más guapa y un hombre más cretino.

3. Cioran declaró en un ensayo que hacer ejercicio físico le parecía tan vacuo como esculpir un grano de arena. ¿Cómo preocuparse por algo tan minúsculo como el ser humano? ¿Acaso los piojos se creen a sí mismos indispensables en el mundo de las cosas? Pues así es: tanto los hombres como los piojos desean hacerse presentes a toda costa.

4. Kimberly Anaya, Jordi Rosado y otros fueron convencidos con promesas vacías, pachangas y pases para los antros y las discotecas. Ellos, a según se dicen, representantes de la juventud y líderes de opinión, son segudos por cientos de chamacos.

5. La Sra. Salgado (sepa quién es, pero gritaba y gritaba, lloraba y lloraba por la suerte de Añorve ante Milenio Televisión) ha dicho con el corazón en la mano que ganó el que más dinero metió a la campaña y no el de las propuestas más reales, por lo que dudo, le paguen el puchero.

6. Las mujeres de este país se preparan para comprar patrañas, pantomimas y montajes siempre y cuando vengan de parte del “papucho” de Peña Nieto.

7. El desabasto de agua, la inseguridad, el desempleo, los bajos índices turísticos, la mala calidad de las obras realizadas en su administración y el endeudamiento del erario de Acapulco continuarán. Manuel Añorve ejercería el año que le queda como alcalde. Ahora, con el ánimo de revancha y saqueo.

8. Los compromisos de Ángel Aguirre que tejió a lo largo de su campaña. Es un hecho que tendrá que pagarlos.

9. Los nuevos contratos con Televisa, enemiga de la democracia electoral y de las libertades públicas. (Qué pase el desgraciado…!!!)

10. Han retirado el Ajax con expel de las tiendas de autoservicio. Ya no habrá manera de impedir que las cucarachas entren a mi casa, último bastión de mi cordura…

RECOMENDABLE: Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo. Ambos de Yuri Herrera. Claro, para los que sepan leer.

Llamando al Mictlan.


12 ene 2011

¿Quiénes son los "“Hijos de puta”?

Una tarde, cerca de las seis o las siete, y tras un día caluroso, lleno de telefonemas, reportes por escrito, reuniones, informes mal hechos, gritos por todos lados y más, recibí en la Redacción la llamada de mi director para pedir que se escribiera una columna que pusiera la alerta ante un posible estallido social en el país previo al Bicentenario.
   Eran los primeros días de septiembre de 2009, aún trabajaba para Novedades Acapulco y si bien, yo no fui la primera opción para escribir tal columna, fui la única.
   En fin, la preocupación era en el sentido de que, a un año del Bicentenario de la Independencia de México, este país se encontraba, según él, al borde de un estallido social. Los motivos: El hartazgo de la población ante la violencia del narcotráfico y la incapacidad de las autoridades para proveer seguridad. Incluso habló de un Estado fallido, ausente e inexistente en algunas regiones del país donde la ley la imponía el “jefe de la plaza” y no el presidente municipal.
   Mi opinión, que bien recuerdo, fue contraria: No estamos ni con mucho cerca de un estallido social. Por supuesto, la molestia del director fue tal que tras escuchar mis argumentos desistió de hablar conmigo y colgó. La columna no se escribió y desconozco si con el tiempo se cumplió con el encargo.
   Dieciséis meses después he leído una encuesta publicada por Milenio: 55 por ciento de la población piensa en que sería bueno pactar con el narcotráfico. Cerca del 15 por ciento considera benéfico el otorgarles a los “narcos” territorios para que operen. Por su parte, la escritora Elena Poniatowska sugirió también pactar un alto al fuego con el narcotráfico en una editorial reciente.
   Otra encuesta, ésta en Televisa, indicó que el 55 por ciento de la población culpa al gobierno de la violencia en que vivimos. Y si se puede más, en estos días, diarios como La Jornada, protestaron en sus páginas contra el gobierno por la misma causa.
  Recuerdo que hace unos meses, el escritor Héctor Aguilar Camín declaraba que la violencia era resultado de la lucha del gobierno panista contra las mafias que por muchos años negociaron la paz social con los priistas y que los que ejecutaban, los que decapitaban eran “los hijos de puta” pero, retomando mis argumentos de hace dieciséis meses, “los hijos de puta” somos todos.
   Y es que vivo en un lugar donde el vecino se adueña de los espacios públicos y no paga sus impuestos; vivo en un lugar donde las autoridades permiten tiraderos de basura a unos pasos de las playas; en uno donde le hablan hasta el cansancio de política y democracia a una población que es analfabeta funcional; vivo pues, en el “Guerrero bronco”, ese de los hombres que amedrentan a los que alzan la voz para exigir sus derechos siempre y cuando no sean “narcos”.
   “Los hijos de puta” somos todos: las autoridades por su incapacidad, los políticos por su inacción y los medios de comunicación por dejar hablar a quien no sabe hablar, dejar escribir a quien no sabe escribir y dejarse leer por quienes no saben leer. (Por cierto, argumento con el que me gané la total antipatía de mi jefe).
   Nosotros, como sociedad, los más culpables. Con la cabeza escondida bajo la frase “es que no me quiero meter en problemas” estamos dispuestos a dejárselos a nuestros hijos, a quienes cobardemente sólo mandamos a la escuela con la idea de que sean los maestros de Elba Esther quienes les inculquen valores y cuando no, los dejamos en la calle como animalitos pastoreando por ahí.
  Sé que no he dicho nada nuevo, pero “Rousseau no dijo nada nuevo, pero lo incendió todo”. Y si creemos que Jean-Jacques Rousseau no dijo nada nuevo es quizás porque hemos vivido cívicamente de sus ideas (la libertad y el ciudadano) durante varios siglos y por lo tanto nos resultan familiares aunque no lo queramos entender.