Ahora que estoy sobre la azotea de un edificio, soportando el aire y recordando aquellas líneas, aún me pregunto qué es el destino y presumo que éste aparece casi siempre entre nosotros para angustiarnos; aparece, como un poder sobrenatural que guía las vidas de cualquiera de forma necesaria y a menudo fatal, inevitable o ineludible.
Luego de que no se terminó el mundo este fin de semana, me río del influjo de las estrellas, los restos del café, los arcanos del Tarot, pero no olvido cuando una gitana me leyó las líneas de la mano precisamente en el DF hace ya muchos años. “Vivirás mucho, mucho pero…”. Y desde entonces nada más no veo la mía gracias a ese “Pero”.
* NI MODO. Aunque pocas veces me quejo de que parte de mis fracasos provienen del simple hecho de haber nacido pobre y en México, tengo que aceptar que esas circunstancias son decisivas. Las metas que me he impuesto se vuelven más lejanas y recorro un camino más empinado.
Sí, sé que se han visto mil escritores desdichados y sé que se ha dicho que su destino era fatal, pero aún no he entendido que el infortunio se prolonga en las almas débiles a las cuales la primera desdicha les quita el valor y la fuerza de prevenir la segunda. No obstante, y sin recurrir a Camus y “El mito de Sísifo”, aprendo que no hay destino que valga si uno no está dispuesto a probar una y otra vez, sus fuerzas. En vía de mientras y mientras asimilo lo anterior, sólo puedo repetir el mexicanísimo: “Ni modo” (que no es otra cosa que la derrota de la voluntad ante el destino…¡Polp!)
*11:11. El parecido y la coincidencia nos había convencido que habíamos nacido el uno para el otro. Números perfectos, lo supe recién. Por la mañana o por la noche, en un café o en la oficina, nuestras miradas se cruzaban exactamente a esa hora.
“Él supo que ella era la chica cien por ciento perfecta para él, ella supo que él era el chico cien por ciento perfecto para ella”, dice Haruki Murakami en su cuento: Acerca de mi encuentro con la chica cien por ciento perfecta una bella mañana de abril.
Sin embargo, como en el cuento, “el fulgor en sus corazones brillaba muy débilmente y sus pensamientos no eran tan claros... Se cruzaron sin decir palabra y desaparecieron en la multitud, cada uno por su lado. Para siempre”. Las últimas frases que recuerdo son: Nos parecemos. Sólo lo necesario. ¿Y si nos parecemos más? Pues nos desaparecemos…
Sin embargo, como en el cuento, “el fulgor en sus corazones brillaba muy débilmente y sus pensamientos no eran tan claros... Se cruzaron sin decir palabra y desaparecieron en la multitud, cada uno por su lado. Para siempre”. Las últimas frases que recuerdo son: Nos parecemos. Sólo lo necesario. ¿Y si nos parecemos más? Pues nos desaparecemos…
*ALEJANDRO. Alejandro no murió como narré que murió (y me hubiera gustado que fuera así porque me hubiera dado una lección). Pareciera que él se dio cuenta antes de los quince años de la inutilidad de tratar un destino inexorable que se ha predicho correctamente. Como en las tragedias griegas, en que el personaje principal o héroe se levanta contra los dioses o contra la sociedad incurriendo en un defecto de carácter o pasión, agarró un frasco de veneno y fue castigado con el fin habitual de toda tragedia: la muerte.
Y digo, pareciera porque cada que recuerdo a Alejandro, alias“Chupadedo”, no dejo de imaginarlo de mi edad, entre nosotros, conmigo, como agente de su propio destino, capaz de determinar su futuro y con el poder de elegir realmente cuando triunfa, cuando fracasa.