¡Apúntame, apúntame!, gritó con desesperación un
hombre, luego otro y hasta una mujer regordeta de unos 40 años a un sujeto de
gorra y un sticker del PRI que sostenía un lápiz y una hoja de papel toda
arrugada; ni el sudor por el calor de las tres de la tarde ni el hecho de
ponerse una playera blanca con logotipo del DIF de una talla más chica,
hicieron que apartara la vista de dicha lista.
¡Apúntame, cabrón, que si no me van a
castigar!, gruñó ya desesperada y como ella, se apuntan en listas y se toman
“selfies” cientos de personas (unas 800 aunque luego digan son 2 mil), lo mismo
empleados de diferentes dependencias como estudiantes y organizaciones sociales
a fines que pretendieron llenar playa Tamarindos para el Encuentro de Sabiduría
y Meditación Guerrero por la Paz de Sri Sri Ravi Shankar, líder humanitario y
embajador de la paz hindú.
Con ello, el gobierno del estado mostró
una vez más su capacidad para acarrear lo mismo desde el DIF de Taxco, de
Zihuatanejo, del Injuve, de la Semujer, de Costa Chica, Costa Grande, de
Chilpancingo, del Parque Papagayo, de donde se pueda.
De pronto, el rugir de una bocina: un par
de sujetos, luego otros, ponen a la gente a moverse, a convivir, a entretenerse
mientras empieza el evento (los citaron a las tres aunque el evento sería hasta
las 5).
La presencia de los acarreados hace
ruido, pero no convence; los acarreados son siempre un eco, nunca la
voz.
A
lo lejos se ven a los viejitos sentados en las gradas que terminan de hacerse
pasita a pesar del agua que les dan.
Los acarreados tienen clases: de primera,
de segunda, y hasta de quinta y se les conoce por el camión en que los
traen, por el lugar que ocupan en la playa o en las sillas cerca
del escenario con el gobernador o su esposa o...
Mientras tanto, y hablando de jerarquías,
en la zona WNB (que no es VIP) lo mismo conviven funcionarios de medio pelo
como activistas y gente “nice”.
-“¿Y el guru ese, qué hace, de dónde mero es?”, pregunta
uno por ahí…
-¿Y tú qué haces por aquí?, pregunta el reportero.
-“Yo soy de los Amigos de Fermín”.
El reportero mejor calla.
En medio de cantos que nadie, más que los
organizadores y algunos entusiastas conocedores (por que sí los hubo) entiende,
finalmente hace su aparición Sri Sri Ravi Shankar.
Ataviado en túnica blanca, de tez oscura y barba emite un mensaje en voz de su traductora de apenas unos 20 minutos y que va de generalidad en generalidad: “ahora tenemos que buscar todos la paz, la paz dentro, la paz del mundo”, “la paz interna es la más importante para la paz externa”, “si una persona dentro de una familia no está feliz afecta a todos, si muchas familias no son felices afectan a toda la sociedad”.
Y continúa: “hoy millones de personas en el mundo están
sufriendo de insomnio, depresión ansiedad, tensión, violencia (…) No hemos
entendido cómo ser felices.. (…) Mi corazón sufre por las víctimas de la
violencia”.
Aplausos, los acarreados aún traen fuerza; sus
exclamaciones en vez de admiración dan pena por cómo se manifiestan.
Sri Sri, como lo llaman, habla de lo que su fundación
hace en el mundo, en México, y del porqué la gente consume drogas; habla de la
infelicidad, del mundo moderno y tras ello, insiste en que “cada uno de
nosotros somos una fuente de alegría, de felicidad”.
¿Alguien pregunta por ahí si la falta de
alimento, trabajo y estudio no tienen que ver con las causas de esa
infelicidad? No.
¿Alguien cuestiona aunque sea de lejitos
lo hecho por las autoridades para contrarrestar estas causas? Tampoco.
Simplemente estamos bloqueados, dice Sri
Sri, así que para qué cuestionar, no estamos ni hambrientos, ni pobres, ni…
“La paz interna es lo más importante”,
“no debemos seguir la violencia”, añade dejando tarea a los asistentes: horas a
la semana de trabajo social y meditación, mucha meditación.
Y los acarreados meditan y hasta se
graban meditando.
¿Me apuntaste, verdad, cabrón? Pregunta
aquella mujer que a jalones se quita la playera ya toda sudorosa y llena de
arena luego de la meditación.
Los acarreados entonces aplauden y
emprenden la huida, satisfechos, contentos, en paz, no los vaya a dejar su
camión.
(Texto publicado en el periódico El Sur en su edición del 6 de diciembre, 2016)
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